ALCOI, 1950 Román Francés
Siendo la luz y el color como motivos de progreso dentro de una tradición que en cada persona debe renovarse para no morir en el pasado.
En sus obras, la excelente dibujo, el sentido de la composición, el sentimiento del color y la omnipresencia de la luz envuelven unos temas donde la figura femenina es la protagonista.
BIOGRAFÍA
Nacido en Alcoy, Alicante, 1950, a la edad de catorce años siente la necesidad de expresarse y elige la pintura como medio para hacerlo. Empezó pintando con su amigo y profesor Gaspar Francés Rico. Expuso su primera obra en 1965 en el Salón de Otoño de su ciudad. Después viajó a Madrid, donde se vio inmerso en el movimiento cultural y político de los años 60. Son unos años de investigación donde contrapone técnica y reflexión. Volverá a Alcoy en 1971. Muy influenciado por pintores como Sorolla, Pinazo o Navarro, inició un camino de búsqueda de su fuerza expresiva con el deseo de comunicar su verdad íntima. En 1975 realizó su primera exposición individual en Barcelona, posteriormente en Madrid, Valencia, Málaga, Zaragoza … y también en Italia, Bélgica, Japón o Nueva York por citar algunos de los lugares en los que, hasta la actualidad, las sus telas han sido presentadas. En sus obras, la excelente dibujo, el sentido de la composición, el sentimiento del color y, aún, la omnipresencia de la luz envuelven unos temas donde la figura femenina, vestida de poesía, es la protagonista. Los jardines, en muchas ocasiones, sirven de escenario para estas magníficas composiciones que incluyen referencias impresionistas.
ESENCIALIDADES VITALES EN LA PINTURA DE ROMÁN FRANCÉS
por Josep M. Cadena
Cuando ya se acaba el invierno y se acerca la primavera, es bueno poder hablar de la pintura de José Miguel Román Francés -el artista utiliza los dos apellidos y por ellos es ampliamente conocido-, ya que su obra nos lleva la floración de la Naturaleza y tiene la calidez del sol que vuelve a nacer cada mañana para dar sentido de continua renovación en todo lo que toca.
Nacido en Alcoy en 1950, Román Francés demostró muy pronto que en él los medios de expresión de la belleza del mundo y de la juventud femenina que deseaba captar eran el dibujo y la pintura. Arriesgó y luchó firmemente para conseguirlo, con la voluntad de hacerse a sí mismo con el estudio de las obras de los grandes maestros que, a partir de los dieciocho años, encontró en el Museo del Prado de Madrid y con la visita, con voluntad crítica, a todo tipo de exposiciones artísticas de sus contemporáneos. De este modo bebió en la figuración clásica y aprendió a respetar toda obra que fuera sincera, pero ya con la decisión de moverse dentro de la figuración y del realismo del tipo mediterráneo, que sentía como más propio.
Y de este modo, consciente de sus raíces, con terco sentido del equilibrio estético, pronto llegó a conectar con sus fuentes de un alacantinismo abierto y bien entendido, que siente la luz y el color como motivos de progreso dentro de una tradición que en cada persona debe renovarse para no morir en el pasado. Como ocurre -insisto- con la Primavera que cada año nos visita con acentos de novedad.